Cuando bajé del avión en Nueva York se instalaron en mi estómago unas revoloteantes mariposas y un sentimiento muy peliculero se apoderó de mí. Nos han enseñado Nueva York en el cine en todos los registros posibles y la ciudad siempre sale bien parada y resulta ser un escenario perfecto para una compleja trama de espionaje, o para la encantadora pareja protagonista de una comedia romántica. Hemos visto Nueva York en sus orígenes, detrás de trajeados hombres con sombrero y gabán, la hemos visto caer ante cataclismos y dominaciones simias e incluso como paraíso de despiadados asesinos en serie.
La otra imagen que tenia de la ciudad era la de esos cuadros «horterillas» con el skyline de noche lleno de luces, tan típica, tan perfecta que parece mentira que pueda ser real…Y sin embargo, desde el taxi en pleno atasco, cada vez más cerca, se veía muy real y muy viva.
No sabría decir exactamente en qué momento el panorama cambió por completo y me encontré sumergida en la ciudad, sintiéndome como una auténtica pulga entre todos esos edificios altísimos. Era como si mis sentidos recibiesen muchas más señales de las que podían procesar. Me sentí muy abrumada y eso me encantó. Desde entonces adopté una posición que me duraría tres días: cabeza hacia arriba, mirada aun más arriba y boca abierta.
Al día siguiente, ya con la luz del sol, me pude fijar más en detalle en cada uno de estos edificios y no sólo en su conjunto. Todos tenían personalidad. Los había jóvenes, última generación, envueltos por completo en vidrio y con inclinaciones imposibles y también los había ancianos. Mis favoritos. Estos últimos parecían querer contar todas las historias que habían visto tras sus muros y al mirarlos, una atmósfera en blanco y negro te rodeaba y por un segundo te sentías Ava Gardner.
Sin embargo, cuando conseguí bajar la cabeza y dejar de mirar hacia arriba estupefacta fue cuando descubrí lo que me enamoró de Nueva York. Su vida. Es difícil de explicar…pero allí la gente parece vivir en constante movimiento. No es de extrañar que haya un Starbucks Coffee, puestos de perritos y otras miles de cadenas de comida rápida, en cada esquina. La gente incluso come por la calle, nunca paran, sólo pasan. Hay gente de todas las formas, colores, culturas y gustos. Todos parecen tener grandes historias que contar, pero a nadie le importa la historia del de al lado, ni lo que lleve puesto, ni lo que esté haciendo. Igual es que ni siquiera da tiempo a fijarse en nadie allí, porque como digo, sólo pasan. O igual es que allí se siente un gran respeto por los demás y por la diversidad. El caso es que allí eres completamente anónimo. Debe ser por eso que Nueva York es escenario perfecto de todo tipo de historias. Todo encaja allí.
En mi viaje visité muchas cosas. La gallería Whitney, el museo MoMA, el de historia, el Guggenheim, el Metropolitan, Central Park, Battery Park, la antigua vía de tren elevada que ahora es Highline, me subí a un par de rascacielos, entre ellos al Empire State…Visité el World Trade Center, Chinatown, Little Italy, Broocklyn y su puente… Y si tuviese que escoger un lugar favorito no sería ninguno de estos…Porque lo que más me gustó de la ciudad fue pasearla. Sentir que aunque sólo fuera por una semana formaba parte de esa locura en movimiento…De hecho intenté visitar algunos lugares varias veces, para sentirme un poco mas autóctona y menos turista.
Había escuchado alguna vez que Nueva York es una ciudad para vivir en ella, más que para visitar, y estoy de acuerdo. Debe ser genial vivir allí, al menos creo que a mí me encantaría.
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